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martes, 6 de mayo de 2014

Cuento infantil: El pobre y el rico

Estar cada día en una clase llena de niños me lleva a querer compartir hoy un cuento dedicado a la infancia, aunque no por ello no recomendable para adultos. Es una historia recopilada en uno de esos libros de cuentos que tanto me gustaban cuando era pequeña, cuando aprendí a leer, cuando descubrí que un libro puede transportarte a lugares inesperados. Espero que os guste, aunque puede que muchos ya lo conozcáis.

El pobre y el rico

     Hace tiempo, un ángel bajó a la tierra como si fuese un hombre más. Y una tarde llegó a un lugar donde había dos casas: una lujosa y otra pobre. Como estaba fatigado fue a pedir asilo a la casa lujosa, pero su dueño pensó que era un mendigo y le dijo:

-Lo siento, pero no tengo ningún sitio libre.
     Entonces, el ángel llamó a la casa pobre. El dueño abrió la puerta y, al ver que se trataba de un peregrino, le rogó que entrara y le dijo:
-Pasad enseguida, buen hombre, que hace frío. Esta noche la pasaréis en nuestra casa.
     La esposa de aquel hombre también dio la bienvenida al viajero y fue corriendo a ordeñar a su única vaca para ofrecerle un poco de leche. luego, el matrimonio compartió con el invitado su humilde cena. A la hora de acostarse, la mujer propuso ceder su cama al peregrino para que descansase mejor.
-Buena idea -dijo su marido-. Nosotros dormiremos sobre la paja.
     Y aunque el ángel no quería privarles de su cama, tanto insistieron que tuvo que aceptar.
     A la mañana siguiente, los esposos madrugaron y prepararon el desayuno de su invitado. Luego, al despedirse en la puerta de la cabaña, el ángel les dijo:
-Habéis sido tan buenos conmigo que quiero concederos tres deseos.
     Los esposos dijeron que deseaban estar sanos y que no les faltara el pan.
-Aún podéis pedir otra cosa -dijo el ángel-. ¿No os gustaría una casa
-¡Oh, claro que sí! -dijeron ellos. Y al momento la cabaña se convirtió en una preciosa casa.
     Cuando los ricos supieron cómo se había producido aquel milagro, se pusieron enfermos de rabia al pensar que ellos no abrieron la puerta al peregrino.
-¡Aún estás a tiempo! -dijo la mujer-. ¡Dile que fue un error y que te conceda los tres deseos!
     El rico montó a caballo y fue en busca del peregrino. Cuando le encontró, le pidió perdón y le ofreció su casa para el camino de vuelta.
-Muy bien -dijo el ángel-. Al volver iré a tu casa.
-En tal caso -dijo el rico-, ¿podríamos mi mujer y yo pedir tres deseos igual que los vecinos?
-De acuerdo -dijo el ángel-. Los tres deseos que tengáis os serán concedidos.
     Muy contento por haber logrado su propósito, el rico tomó el camino de vuelta. No dejaba de pensar en lo que iba a pedir. Pero era tan avaricioso que todo le parecía poco.
     Al mediodía, el sol calentaba de lo lindo. Y como era la hora de comer, el rico empezó a tener hambre y sed. Entonces suspiró:
-¡Con cuánto gusto me comería ahora una salchicha bien gorda y me bebería una jarra hasta arriba de cerveza!
     Y nada más decirlo, las tuvo en su mano. Cuando comprendió que había gastado un deseo, se llevó tal disgusto que ni siquiera probó la salchicha. 
     Al llegar a su casa, su antipática mujer le preguntó si había conseguido los tres deseos.
-Bueno, en realidad solo nos quedan dos -dijo el rocachón.
-¿Dos? ¿Y qué ha pasado con el tercero?
     El hombre se lo contó, y entonces ella exclamó:
-¡Idiota! ¡Ojalá se te quede la salchicha pegada a la nariz para siempre!
     Y eso fue lo que sucedió. El rico, al ver su nariz convertida en un enorme salchichón comenzó a gritar:
-¡Mi nariz! ¡Quiero mi nariz!
     Su petición se cumplió y así se gastó el tercer deseo. Con lo que, al final, lo único que les quedó que un disgusto y una rabia que les duró para siempre.